Telésforo Arambarri (88 años) quedó huérfano desde los 8 años, y con sus hermanos, debió trabajar desde muy pequeños. Mientras otros niños jugaban, él aprendía a cortar telas, armar chaquetas y pulir sus habilidades. “A los 27 años ya me sentí capaz de independizarme”, recordó.
Trabajó primero en una tienda de paquetería y luego abrió su propia sastrería. Fue cortador, diseñador y guía de todo el proceso. “Yo cortaba todo, y las operarias cosían”, agregó
Para él, como sastre, el traje es más que ropa: es una carta de presentación. Al mismo tiempo, rememoró con nostalgia cómo los profesores, bancarios y hasta los niños llegaban bien vestidos. “Antes, un sábado significaba trajearse, perfumarse… hasta para conquistar a las niñas”, bromeó.
Su taller en Rengo fue testigo de innumerables confecciones para clientes elegantes. “Ver a alguien bien vestido con mis trajes, me daba gusto”, agregó.
El sastre mostró cómo aun conserva las reglas de acrílico y madera con las que trabaja para crear sus trajes a medida. También mostró las máquinas de coser, que tienen más de medio siglo. “Están gastadas, pulidas, pero todavía sirven. Han vivido conmigo esta historia”, comentó.
Además, aún mantiene los retazos de tela: “Sirven para refuerzos, no se desperdicia nada”. Esa mentalidad de cuidado y aprovechamiento es parte de su filosofía.
Hoy, la sastrería ha sido reemplazada por la industria textil masiva: “Ya todo viene hecho, de China, y no tiene la calidad de antes”, lamentó. Además, ninguno de sus hijos siguió sus pasos en el rubro y aseguró de que su arte y oficio terminará para siempre. «Esto muere conmigo”, dijo, pero con la certeza de que su trabajo ha dejado huella en quienes han pedido sus servicios y han usado los trajes y prendas que él ha confeccionado según cliente.
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